La novela, en forma de carta a su hija Silvia, recuerda el año en que el protagonista vivió estudiando en Toulouse, el curso 1967-68, donde había ido a parar con la excusa de aprender francés, pero con la voluntad oculta de entrar en contacto con exiliados republicanos de su isla natal y poder rehacer el gran descalabro que se produjo en el verano de 1936.
La búsqueda de exiliados, la potencia de los recuerdos familiares, los estudios sobre Sartre y el existencialismo, los días de mayo vividos en París y el despertar a la sexualidad del joven protagonista se mezclan con las impresiones del narrador cuando, ya maduro, valora el fracaso de las dos aventuras revolucionarias. Ni los defensores de la Segunda República estuvieron a la altura de las circunstancias, ni Francia supo encarrilar un movimiento que acabaría reforzando al general De Gaulle.
En la isla de Pregonda, espacio imaginario que recuerda Menorca, un magistrado progresista, hijo y nieto de notarios monárquicos y católicos, pasa revista a las dos revoluciones que han marcado su vida y la de su familia.